Entre cafetales y amenazas, campesinos de Santa Inés y Santa Rita sobreviven al fuego cruzado entre bandas criminales. La masacre más reciente desnuda el terror cotidiano que viven estas comunidades.

La noche del miércoles 10 de abril quedará marcada en la memoria de los habitantes del suroeste antioqueño. En la vereda Media Luna, entre los corregimientos de Santa Inés y Santa Rita, municipio de Andes, cuatro recolectores de café fueron brutalmente asesinados por hombres armados que irrumpieron en la finca La Alegría. Los sacaron a la fuerza, los amarraron de las manos y les dispararon a sangre fría.

Las víctimas fueron identificadas como Ovidio de Jesús Cardona Henao y su hijo Hermis de Jesús Cardona Agudelo, además de dos ciudadanos venezolanos que, como tantos otros, recorrían el campo buscando el sustento en la cosecha cafetera.

Pero esta no es una historia aislada. Desde hace semanas, estos corregimientos viven una ola de terror alimentada por la disputa entre el Clan del Golfo y La Terraza, estructuras criminales que se pelean el control del microtráfico y las rutas ilegales en la región. Solo en las últimas dos semanas, la guerra entre estos grupos ha dejado siete muertos en la zona.

“La comunidad está completamente aterrorizada. A las seis de la tarde se apagan todas las luces, nadie quiere salir. Esto se volvió un pueblo fantasma”, cuenta un habitante de Santa Inés, donde también se reporta una alarmante cifra de desplazamientos forzados.

Mientras la Alcaldía habla de 18 personas desplazadas, líderes sociales de la zona aseguran que ya son más de 40 los campesinos que han abandonado sus casas por miedo, muchos sin dejar rastro, refugiándose en pueblos vecinos o donde familiares.

Las condiciones geográficas han facilitado el accionar de los grupos armados: montañas, veredas aisladas y poca presencia estatal. La vereda Media Luna, donde ocurrió la masacre, es parte de un corredor clave hacia el Chocó, usado por los narcos para mover droga, armas y hombres.

Aunque la Gobernación de Antioquia anunció refuerzos militares y un próximo consejo de seguridad en Hispania, la comunidad exige algo más que presencia temporal: clama por atención integral, inversión social y garantías para no vivir bajo la sombra de las armas.

“El café ya no es símbolo de trabajo, es la excusa para matar o esconderse. Aquí sembramos miedo sin quererlo”, lamenta un caficultor que ya piensa en irse.

Mientras tanto, los nombres de las víctimas siguen engrosando una lista que ya convirtió al Suroeste antioqueño en la subregión más violenta del departamento: 84 homicidios en lo que va del año, superando incluso al Valle de Aburrá.