Una familia de Urabá se reencontró con un hijo desaparecido después de 27 años
Cándido* aún recuerda el día en que habló por teléfono con su mamá después de 27 años. La guerra los había separado. Él creyó durante todos esos años que su familia había desaparecido de la tierra, mientras que ellos creían que no volverían a verse con el niño de 14 años que fue reclutado por la guerrilla en el Darién.
— ¿Con cuál hijo estoy hablando?
— Con Cándido.
— Ay, hijo, yo no puedo creer esto.
Unas semanas después, el 17 de junio, Cándido se encontró con su familia en Urabá. Vio de nuevo a sus padres, ya viejos; a sus sobrinos, a los nietos de dos de sus hermanas. Conoció una familia diferente a la que tuvo cuando era un niño.
Él ya no llora cuando le preguntan por su familia, hace planes para celebrar el cumpleaños de su mamá, para enviarle un regalo al Urabá o para ahorrar y viajar a final de año a celebrar con los suyos.
En casa nacieron cinco hijos y cuatro fueron desaparecidos en la guerra. Sabe que su hermana mayor murió en combate, mientras que dos hermanos más fueron desaparecidos por otro actor armado. Que haya sobrevivido a la guerra y se haya reencontrado con su familia, que lo creía muerto, es algo así como un milagro, una alegría que no oculta cuando dice, con orgullo, que sí tiene familia.
El día del reencuentro, “abracé primero a mi mamá, porque ella era mi consentida y yo el de ella. El impacto es que uno cree que los va a encontrar como los dejó, jóvenes; también debió ser un impacto para ellos, que me creían muerto”, dice.
Una búsqueda de décadas
Era un niño cuando le entregaron un fusil que, recuerda, era más grande que su cuerpo diminuto. Pocos meses después se enteró de que un grupo paramilitar había cometido una masacre y desplazado a los habitantes de la vereda donde creció, entre ellos sus padres. Entonces perdió el rastro de ellos. A medida que fue creciendo aprovechó para buscar en directorios telefónicos el contacto de un tío que su mamá le dijo alguna vez que vivía en Medellín.
Cuando por fin encontró su número, le dijeron que ya no vivía ahí. A los nueve años de estar en la guerrilla se fugó con un compañero y la búsqueda de su familia continuó en varias ciudades del país. Le siguió el rastro a su tío hasta que lo encontró. Esperaba saber con él dónde estaban sus padres, pero la pregunta que él le hizo lo sorprendió: ¿dónde están sus papás? Ambos habían perdido la conexión con ellos.
Terminó de estudiar el bachillerato, hizo un par de técnicas, vendió Bonice en las calles, se rebuscó la vida como pudo, siempre con la esperanza de que las ánimas le dieran noticias de los suyos. Hasta que en noviembre de 2020 se acercó a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y solicitó la búsqueda de su familia. En los años siguientes, los investigadores de Medellín encontraron a varios familiares en el Urabá, pero confirmaron que en la familia había tres desaparecidos más.
Luego de que los investigadores de la UBPD hablaran con la única hermana viva de Cándido, los hijos buscaron por redes sociales al tío desaparecido que creían muerto. Al darles su número una mujer le habló por teléfono y lo saturó de preguntas: cómo se llamaba, quiénes eran sus hermanos, cómo se llamaban sus papás, cuáles eran los apodos. Después del interrogatorio, vino el llanto.
— Hablas con tu hermana.
— No te puedo creer esto.
— Sí, hablas con tu hermana.
— ¿Y mis papás?
Ella le confirmó que estaban vivos y a los pocos días conversó por teléfono con su papá y su mamá, que le dijo que no podía creer que estuviera vivo, que esta noticia le daba fuerzas para seguir buscando a los otros hijos desaparecidos.
Después de años de búsqueda, de confirmar la identidad de Cándido, porque en su documento de identidad tenía solo los apellidos de su madre y la fecha de nacimiento equivocada, la Unidad de Búsqueda hizo el reencuentro de la familia en el Urabá. En un hotel lo recibieron con la luz apagada y lo sorprendieron cuando el bombillo volvió a brillar con el rostro expectante de su familia. Primero abrazó a su mamá, su consentida, le siguieron su padre, su hermana, los sobrinos y los nietos que nacieron mientras él sobrellevaba una vida lejos de los suyos.
“Para mí no hay cómo pagarle a la Unidad de Búsqueda”, dice Cándido, “estaré agradecido siempre, porque me apoyaron, me dieron fuerzas y no dejaron que tirara la toalla. Lo que más quisiera saber ahora es lo que pasó con mis tres hermanos, quisiera encontrarlos, porque yo los dejé cuando estaban vivos.”
* Nombre cambiado para proteger su identidad.
*Con información de la UBPD