Luis, un hombre dicharachero y trabajador, vivía con su esposa y su pequeña hija, Susana, en una vereda de San Pedro de Urabá, en Antioquia. La rutina cambiaba cada vez que él salía a buscar trabajo: se marchaba por días, dejando a su pequeña con el anhelo de su regreso.

Cuando tenía cinco años, Susana y su madre se mudaron a Arboletes, otro pueblo de Antioquia. Luis regresó, pasó una temporada al lado de su familia y volvió a partir para trabajar en una finca del municipio de Necoclí. La pequeña recordaría, de manera difusa, la última promesa de su padre: “Voy a traerte unas gallinitas de regalo”.

Esas palabras, hoy en día, Susana las recuerda entre risas. “Esas gallinitas se quedaron con el gallo porque nunca llegaron”.

Mientras tanto, en una vereda del municipio de San Juan de Urabá, Roberto crecía bajo la mirada atenta de Luis, su padre y el de Susana, quien lo visitaba con regularidad. A pesar de la distancia física entre ellos, Roberto sabía de la existencia de Susana. Esa conexión, aunque etérea, era un hilo invisible que los mantenía unidos en sus corazones.

La vida de Roberto estaba llena de juegos y risas, rodeado de una familia grande; mientras tanto, Susana vivía junto con su madre. Pero ambos hermanos no supieron más de Luis. El tiempo pasó y crecieron con la esperanza de algún día volver a ver a su padre y de conocerse entre ellos.

Después de 28 años de la desaparición de Luis, las circunstancias llevaron a Roberto a buscar un futuro mejor en el municipio de Arboletes. Con sus sueños a cuestas y un espíritu decidido, llegó a un taller de mecánica a buscar trabajo.

Lo que parecía ser un día más se tornó en un recuerdo memorable: cuando el mecánico que lo entrevistó le preguntó a Roberto sobre su familia. Allí mencionó que de niño supo que en Arboletes vivía una hermana suya a la que le pusieron el nombre de su abuela paterna, Susana. El mecánico quedó asombrado, puesto que alguna vez escuchó decir a Susana que creía tener un hermano mayor al que llamaron con el segundo nombre de su padre, Roberto. Coincidencias del destino hicieron lo inimaginable para esta familia.

El corazón de Roberto latía con fuerza cuando el mecánico lo llevó a casa de Susana. Fue un encuentro cargado de emociones. Las lágrimas de felicidad salían mientras se abrazaban por primera vez, compartiendo historias y risas que parecían haber estado guardadas por años. En ese instante, las ausencias se transformaron en un presente lleno de promesas.