La violencia desmedida que terminó con la vida de Sara Millerey González Borja, mujer trans de 32 años, ha estremecido a Colombia y encendido nuevamente las alarmas sobre los crímenes de odio contra personas de la población LGTBIQ+. Su caso no solo evidencia la brutalidad con la que aún se asesina por prejuicio, sino también el abandono institucional que persiste frente a la protección de estas vidas.

Sara fue hallada con signos de tortura en la quebrada La García, en el municipio de Bello, Antioquia. Según los reportes, fue lanzada con vida al afluente, presentaba fracturas en sus extremidades y agonizó durante horas antes de ser rescatada. Fue llevada al Hospital La María, en Medellín, donde falleció días después.

La última entrada en su diario personal —revelada por su madre, Sandra Milena Borja— da cuenta del miedo profundo que sentía. Un temor que, como un presagio, se convirtió en realidad. “Sabes que he pasado por muchos miedos y muchos acechos, los cuales no quisiera que se cumplieran”, escribió Sara. También dejó plasmado un mensaje espiritual y desgarrador: “Tráeme luz. Báñame de luz. Cura mi cuerpo. Cura mi corazón. Cura mi alma.”

Su madre reveló que Sara era frecuentemente insultada en las calles, pero evitaba contarle detalles para no preocuparla. “Ella no tenía amenazas, no le hacía daño a nadie. La insultaban solo por ser una travesti”, expresó entre lágrimas.

Ante la gravedad de este crimen, las autoridades ofrecieron una recompensa de hasta 50 millones de pesos por información que conduzca a la captura de los responsables. Las primeras hipótesis apuntan a que el ataque habría sido perpetrado por una banda delincuencial que opera en la zona.

Organizaciones sociales, activistas y ciudadanía han levantado la voz para exigir justicia, verdad y garantías de no repetición. La muerte de Sara no puede ser solo otra cifra: es un grito ahogado por dignidad, respeto y humanidad.

Porque nadie debería tener que escribir con miedo su propia despedida.