A pocos días de su fallecimiento, el papa Francisco protagonizó uno de los actos más conmovedores de su pontificado: entregó 200 mil euros de su cuenta personal a una correccional de menores en Roma, en lo que el obispo Benoni Ambarus describió como la donación de sus “últimas posesiones”.

El dinero fue destinado a una fábrica de pasta que opera dentro del centro juvenil de Casal del Marmo, un espacio donde adolescentes privados de la libertad reciben formación laboral como parte de su proceso de resocialización. Con la suma, se cancelará una hipoteca, se reducirán costos de producción, se ampliará la distribución y se generarán nuevas oportunidades de empleo para los internos.

“Le dije que teníamos una deuda grande y que, si la pagábamos, podríamos ayudar a más chicos”, relató el obispo Ambarus sobre el encuentro con el pontífice. La respuesta de Francisco fue tan inmediata como humilde: “Casi me quedo sin dinero, pero aún tengo algo en mi cuenta. Así, sin protocolo, entregó lo que quedaba de sus ahorros.

Este acto de desprendimiento no fue aislado. Apenas cuatro días antes de su muerte, el papa visitó la cárcel de Regina Coeli, donde elevó una vez más su voz en defensa de los presos. “Gritó al mundo, con todas sus fuerzas, la necesidad de prestar atención a las personas privadas de libertad”, recordó el obispo.

Con esta última ofrenda, el papa Francisco selló con hechos lo que predicó con palabras: una vida al servicio de los olvidados, una fe encarnada en justicia, y un testamento de amor dirigido a quienes la sociedad suele dejar al margen.